Homenaje a Ortega en El Escorial, año 2005

Ortega: maestro:

               Para que haya maestros es necesario que haya discípulos que los consideren maestros. Maestros: Sócrates, Jesús; los maestros de los gremios que tenían sus aprendices. Y hoy? Nadie es discípulo de nadie, todos nos consideramos maestros. Si acaso en el toreo; torero = maestro. El maestro de Camas... algún pintor puede ser considerado como maestro, o un músico, pero no un arquitecto. En educación, casi nadie quiere llamarse maestro. “Pasas más hambre que un maestro de escuela”. ¿Quién va a querer ser o llamarse maestro?

               Magíster, magisterio, magistral, frente a minister y ministerio. Magis y minus. El magisterio como tarea importante de la sociedad. Hoy el magisterio, lo más, depende de lo que decidan los ministerios, lo menos.

               Me gustaría dialogar con ustedes sobre estos apasionantes temas. Hoy a falta de diálogo, reflexionaré en voz alta con la esperanza de que algún día pueda recibir la respuesta de parte de ustedes.

               “Esta vida que nos es dada, no nos es dada ya hecha, sino que tenemos que hacerla, cada cual la suya”.

               Quiero comenzar con estas palabras de Don José Ortega y Gasset que nos marcan la tarea, el magisterio, a seguir en esta vida: Construir nuestro vivir es el quehacer, el gran quehacer de nuestra vida. Todos sabemos y experimentamos en cada momento que no nacemos ya hechos y terminados, sino que tenemos que ir haciéndonos poco a poco. Nadie lo va a hacer por nosotros. Podremos pensar que hacer nuestra vida es algo triste o apasionarnos profundamente por el reto que se nos presenta, pero somos plenamente conscientes de que nacemos totalmente indefensos y sin hacer, y si no ponemos un gran empeño en esta tarea nuestra, no llegaremos muy lejos.

               A esto vino Ortega a El Escorial, a “ver si logra poseer un poco de sentido común”, a ordenar el caos de la vida.

               Hacemos la vida en el mundo. “Nuestro mundo la dimensión de fatalidad que integra nuestra vida. No somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente predeterminada. Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, al recibir lo que vamos a ser en este mundo. La fatalidad en que caemos al caer en este mundo no nos impone una trayectoria, nos impone varias, y, consecuentemente, nos fuerza... a elegir. Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en nuestro mundo.

               Y esto es precisamente lo más extraordinario, lo más apasionante; tenemos por delante una tarea divina, somos libres como los dioses. La satisfacción que podemos sentir nosotros, los seres humanos, en el ejercicio de nuestra libertad, puede ser análoga a la que pudo sentir dios al crear el mundo. Podemos sentirnos orgullosos de ser humanos, de que nada ni nadie pueda tomar decisiones por nosotros. Los animales no pueden decidir, no son libres en este sentido, viven en su ambiente, nacen adaptados a sus condiciones naturales. El ser humano tiene que edificar su mundo, para adaptarse; no le viene dado como al animal. El animal no tiene que decidir. La golondrina hace su primoroso nido, pero no hace otra cosa, y no tiene que hacerse golondrina; no lo decide ella por sí misma. El animal nace más evolucionado, más adaptado a su ambiente y realiza sus tareas a la perfección.

              Los seres humanos, al no ser nada al nacer, podemos serlo todo. Somos mucho más torpes que los animales, pero suplimos nuestra torpeza con el uso de la inteligencia. No tenemos alas para volar como los pájaros, ni corremos tanto como el jaguar , pero somos capaces de fabricarnos unas alas para volar o coches para ser más veloces. Utilizamos técnicas que fabricamos y de las que podemos prescindir cuando no las necesitamos. El ave no puede quitarse las alas y dejarlas cuando no las va a usar, ni el ciervo atrapado puede quitarse los cuernos.

               Desarrollarnos como personas es desarrollar nuestra inteligencia, o mejor, nuestras inteligencias; y somos cada uno de nosotros los que decidimos quienes vamos a ser y lo que queremos alcanzar.

               Es, pues, falso decir que en la vida deciden las circunstancias. Al contrario: las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante lo cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter. Ortega

               Este desarrollo de las inteligencias, este carácter tenemos que trabajarlo, y lo podemos conseguir por medio de la educación; educación que dura toda la vida. Es la formación de la personalidad. Esta es nuestra tarea. Lo más importante no es lo que somos, sino lo que podemos llegar a ser, si nos lo proponemos. Cada uno tenemos que llegar a ser lo que tenemos que ser, y no solo aceptarlo, sino asumirlo con entusiasmo para continuar creciendo continuamente.

              Somos aquello que nuestro mundo nos invita a ser. Vivir no es más que tratar con el mundo. Es el porvenir quien debe imperar sobre el pretérito, y de él recibimos la orden para nuestra conducta frente a cuánto fue. Esta vida es la lucha, el esfuerzo por sí misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son precisamente lo que despierta y moviliza mis actividades, mis capacidades. Si mi cuerpo no se cansase, yo no podría darme cuenta, si la atmósfera no me oprimiese, sentiría mi cuerpo como una cosa en vaga, fofa, fantasmática. No es que no se deba hacer lo que le dé a uno la gana; es que no se puede hacer sino lo que cada cual tiene que hacer, lo que tiene que ser”.

                Cuando alguien se niega a ser lo que tiene que ser, a aceptar su destino vital, Ortega lo llama envilecimiento, encanallamiento. Vivimos la negación de nosotros mismos. Siempre viviremos perseguidos por la conciencia de lo que deberíamos haber hecho y no hicimos, como una sombra acusadora, como un fantasma. La vida humana es vida para algo, tiene un destino ineludible que puede ser muy glorioso o muy humilde. Aceptarlo y ponerlo en marcha es signo de ser auténtico. Y no solo las personas tenemos que responder a lo que nos reclama nuestro destino, sino que los pueblos también tienen que encontrar, construir y responder al suyo propio. La vida de los pueblos tiene su mismo destino.

               El ser humano es, pues, el ser que tiene como meta en esta vida hacerse a sí mismo. Este hacerse a sí mismo es sencilla, pero plenamente, vivir, nuestro vivir. El estado de indefensión en el que venimos a este mundo nos obliga a depender de otros seres, a consistir en ser abiertos a los otros, al mundo. No podemos hacernos sin los otros, sin el mundo. “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvaré yo”.

               Comencé con las palabras “esta vida que nos es dada”, no que me fue dada. Nuestra vida tiene un carácter eminentemente social. Para alimentarnos, para sobrevivir físicamente, para hablar, para pensar, para sentir, necesitamos de los otros y del mundo. Este carácter nuestro de apertura al otro nos marca desde la cuna: nacemos dentro de una burbuja de amor, la cual tenemos que cultivar. Esta vida nuestra como realidad radical, este nuestro vivir, es un continuo caminar “haciendo camino al andar”, como enseña Machado, es construcción de vida y de mundo. Nuestro vivir es convivir. Nada podemos solos o aislados, pues para hacernos seres humanos necesitamos a los otros y al mundo, de manera que nos hacemos, haciendo mundo, y haciendo mundo, nos hacemos a nosotros.

               Ortega respondió a su destino y tuvo el privilegio y, a la vez, la gran responsabilidad de poner a la filosofía española a la altura de los tiempos, y la filosofía es etimológicamente la ciencia del amor. Filo amor, sofia, saber. Amor al saber, querer saber. Y ¿quién quiere saber? Pues el que no sabe y sabe que no sabe. El burro no sabe, pero tampoco sabe que no sabe; y el sabio, el sofos, tampoco necesita querer saber porque está seguro de que ya sabe, tampoco sabe que no sabe. Sólo el filósofo sabe que no sabe y busca con ansia saber para saciar esta cruda y humana necesidad. A esta necesidad de saber da respuesta la filosofía. No sé el valor que nuestra sociedad quiere dar a la filosofía. Todos somos filósofos a nuestro pesar o a nuestro querer.

               La filosofía es amor, y el amor es unión, es conexión, a lo amado. Cada ser ha de salir de si mismo para unirse al ser amado y lograr así su perfección. El ser amado se nos presenta como imprescindible, como aquello sin lo cual no podemos vivir, puesto que nuestra vida carecería de sentido. El ser amado forma ya una parte de nosotros mismos. La filosofía nos mantiene en guardia contra la rigidez, librea tradicional de la hipocresía. Yo diría que nos ayuda a liberarnos también de la estupidez. La filosofía nos ofrece posibles maneras nuevas de mirar las cosas; nos alienta a estrenar ojos cada día.

               Somos, pues, personas y ciudadanos responsables y protagonistas de la película de nuestra propia vida. >Puesto que amamos la vida, actuamos sobre nosotros mismos, sobre nuestros pensamientos y sentimientos, sobre nuestros miedos y temores, sobre el mundo en el que desarrollamos nuestro vivir, para alcanzar nuestros propios objetivos.

               Este quehacer en el mundo es la educación que debe servirnos para formar nuestra personalidad y nuestra ciudadanía. La pedagogía orteguiana es una pedagogía de la alusión. Enseñar y aprender es sencillamente aludir. Dice Ortega: “quien quiera enseñarnos una verdad que no nos la diga, simplemente que aluda a ella con un breve gesto, gesto que inicie en el aire una ideal trayectoria, deslizándose por la cual lleguemos nosotros mismos hacia los pies de la nueva verdad”. Quien quiera enseñarnos una verdad que nos sitúe de modo que la descubramos nosotros.

               “La pedagogía de la alusión es la única pedagogía delicada y profunda”. Este es el camino que señala a maestros y catedráticos, a los que hacen leyes y a los que se manifiestan a favor o en contra. El ser humano siente una necesidad ineludible de vivir y de descubrir la verdad. Este ser humano que nace menesteroso y necesitado de todo, siente dentro de sí mismo la necesidad de saber. “No es un deseo lo que lleva propiamente al saber, sino una necesidad”.... Al colocar al hombre en la situación de estudiante, se le obliga a hacer algo falso, a fingir que siente una necesidad que no siente”... “estudiar es, pues, algo constitutivamente contradictorio y falso”.

               “Para que yo entienda de verdad una ciencia no basta que yo finja en mí la necesidad de ella..., es preciso, además, que sienta auténticamente su necesidad, que me preocupen espontánea y verdaderamente sus cuestiones.... mal puede nadie entender una respuesta cuando no ha sentido la necesidad de la pregunta a que ella responde”

               Como consecuencia “enseñar no es primaria y fundamentalmente sino enseñar la necesidad de una ciencia y no enseñar la ciencia cuya necesidad es imposible hacer sentir al estudiante. ¿A qué llaman nuestras escuelas enseñar la ciencia? A descargar sobre el alma de los discípulos un lastre de doctrinas científicas ya hechas, o cuando más un doctrinal ya hecho de métodos para la investigación”.

               Ortega nos está mostrando dónde se encuentra la raíz de muchos de los problemas de la educación, del llamado fracaso escolar. Pero nosotros preferimos meter la cabeza debajo del ala como el avestruz y no queremos ver otra cosa que lo vagos u otras cosas peores que son los alumnos, los jóvenes de hoy, sin desea recordar cómo éramos nosotros. Hay quien puede creer que la vaguería y la indolencia son innatos al ser humano. Hemos demostrado que no es así, que el ser humano tiene una tendencia innata hacia el saber, por que necesitamos saber. La indolencia nace del trabajo aburrido y sin sentido. Esta forma de trabajar a la fuerza y sin sentido es la que puede producir insatisfacciones, hostilidad y hasta aversión a la tarea que tenemos que hacer. La holganza no es un estado normal, sino patológico del ser humano, que resulta del trabajo sin sentido y enajenado.

               “Haz lo que amas y amarás lo que haces”, dice un adagio

               Todos deseamos emplear nuestra energía en algo a lo que encontremos sentido, y esta energía forma nuestro carácter. Es a través del esfuerzo, de un esfuerzo con sentido y querido, como podemos llegar a construir, con granito sólido, el gran Monasterio de nuestra propia vida.

               La filosofía nos permite también orientarnos en el quehacer de nuestra vida comunitaria, social. Tenemos una obligación moral de participar en la construcción de la vida social de manera que esta sociedad nuestra alcance también la altura de los tiempos en los que vive.

               Vamos a olvidar y superar de una vez la España caduca y trasnochada y prepararnos para comprometernos en los nuevos retos que estos tiempos exigen y esperan. No continuemos mirando al cielo simplemente para que nos socorra, sino que pongamos todo el esfuerzo de nuestra parte. “A Dios rogando y con el mazo dando”. Si Ortega sentía una gran preocupación por los síntomas de esterilidad que daba España, esperemos que el mañana nos haga sentir síntomas de una fecunda iluminación.

               El siglo XX comenzó con el triunfo de las masas. Hoy debemos decidir si queremos pertenecer a la masa o a la minoría selecta.

               En la escuela, de la que tanto nos hemos enorgullecido en otros tiempos, no se enseña a las masas casi nada más que las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado su educación. Se les ha dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos. No se les ha educado el espíritu....

                Este tipo de vida, este tipo de hombres, ponen en peligro inminente los principios mismos que le dieron la vida. Nuestra sociedad puede retroceder a la barbarie....El hombre masa vive con toda vida material resuelta. Cada día puede surtirse de más cosas y de más confort. Sus apetitos son insaciables. Cada día necesita más cosas. Reciba la educación del niño mimado, del que cree que todo cae del cielo. Mimar es no limitar los deseos, hacer pensar que todo está permitido y a nada obligado. Vive en el puro individualismo, sin contar con los demás, cree que solo él existe.

               “El hombre de cabeza clara es el que se liberta de esas ideas fantasmagóricas y mira de frente a la vida, y se hace cargo de que todo en ella es problemático, y se siente perdido. Vivir es sentirse perdido; el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo que el naufrago, buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz, porque se trata de salvarse, le hará ordenar el caos de su vida”. Ortega

               El hombre masa ha creado y vive en una hiperdemocracia, en la que no triunfa el diálogo, la comprensión de las diferencias o la racionalidad, sino la fuerza de la mayoría, la imposición de sus gustos y de sus modas; las masas salen a la calle, y tratan de imponer la ley de la fuerza; la ley de la razón puede quedar en segundo lugar, y los valores éticos ni se encuentran. Este hombre masa de hoy posee un alma vulgar, se ha “educado” en la vulgaridad, y lo sabe, lo reconoce y lo afirma como el derecho más grande que posee, al que se aferra y que quiere imponer a los demás. Es el derecho a ser ignorante, a presumir de ello para no sentir vergüenza, para disimular el sentimiento de inferioridad, de nihilidad. Como dice un dicho: ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto.

               Podemos pensar que este hombre masa es una víctima inocente de las circunstancias y que merece nuestra compasión, porque el hombre masa ha recibido un tipo de educación o de deseducación exento de obligaciones, sino únicamente con derechos. La minoría selecta no lo es porque se crea ella misma así, porque se crea superior a los otros, sino que se siente diferente, con miras más altas en la vida, y sobre todo con más deseo de trabajar al máximo para alcanzarlas, aunque no lo consiga. La minoría selecta no tiene por qué encontrarse en las clases altas; al contrario, muy a menudo surge en lo más humilde del pueblo.

               Estas que les he expuesto hoy son algunas de nuestras circunstancias vitales, y no nos salvaremos nosotros si no salvamos nuestras circunstancias. Muchas gracias.

Poema